DocumentaMadrid 2017

Restrospectiva Rithy Panh

Nunca he contemplado un film como una respuesta o como una demostración.
Lo concibo como un cuestionamiento.
Rithy Panh.

Algunos cineastas han dedicado sus vidas a rehabilitar una memoria personal y colectiva que la historia no siempre ha sabido colocar en su justo lugar. Una historia escrita a medias, que no ha profundizado en sus heridas o analizado las (sin) razones que permitieron que la tragedia y la deshumanización se convirtieran en norma institucionalizada.

Rithy Panh es uno de esos cineastas, y Camboya el país donde su mirada lúcida y certera se ha inscrito ya como parte consustancial de la propia historia que se ha propuesto restablecer. Víctima directa de las atrocidades que el régimen de Pol Pot y los jeremes rojos perpetraron en el país entre los años 1975-1979, su obra atestigua sin tibieza las condiciones de pobreza extrema y desigualdad económica y social con que la globalización obsequia a los países subdesarrollados a través de títulos como La terre des âmes errantes (2000) o Le papier ne peut pas envelopper la braise (2007).

Pero es en S-21, la machine de mort khmêre rouge (2003) donde Rithy Panh realiza una inmersión sin límites en los espacios y psicologías de los verdugos –que continúan sin reconocer su culpa: simplemente obedecían órdenes de la organización, Angkar-, reinterpretando las técnicas de tortura y ejecuciones, y enfrentándolos a las víctimas, a las que veían como bestias que había que aniquilar. Panh quiere ser preciso, recrear minuciosamente los procesos del terror para dejar constancia fidedigna para la historia futura y el juicio presente: “Filmar sus silencios, sus rostros, sus gestos: ése es mi método. No fabrico el acontecimiento, sino que creo situaciones para que los antiguos jemeres rojos piensen en sus actos. Y para que los supervivientes puedan contar lo que sufrieron”. La película está dedicada a La Memoria.

En 2011 publica en colaboración con el escritor Chistophe Bataille -quien será a partir de ahí su colaborador habitual en los guiones de sus films-, el ensayo La eliminación. Una obra estremecedora donde narra en paralelo sus experiencias de supervivencia durante el tiempo de la Kampuchea Democrática, junto a una entrevista realizada al máximo responsable del campo de exterminio S-21, que a su vez da lugar a la película Duch, le maître des forges de l’enfer (2011): “No había previsto hacer una película sobre ese hombre, pero no me gusta su ausencia en S-21, la machine de mort khmêre rouge, que es prácticamente una prueba de cargo contra él: todos lo acusan. Es como si faltara un elemento esencial de la investigación: la palabra de Duch”.

De ese mismo libro nace su siguiente película, L’image manquante (2013), donde por primera vez Panh se aproxima a las experiencias personales que tuvo que afrontar durante esos años de infancia: la muerte por inanición de gran parte de su familia, los campos de trabajo forzoso, o la huida a Tailandia una vez que las tropas vietnamitas entraron en el país. Ante la imposibilidad de hallar las imágenes que faltan y reconocer que las ha buscado en vano, Panh nos dice: “Así que invento esa imagen. La miro. La quiero. La sostengo en la mano como a un rostro querido. Esta imagen que falta os la doy ahora, para que nunca deje de buscarnos”. Unos pequeños muñecos manufacturados en barro son los testigos y actores de esas vivencias que agrupan la indescriptible tragedia y la rememoración de tiempos mejores.

En La France est notre patrie (2015), el cineasta franco-camboyano hace suyas las armas con las que ha querido recomponer la memoria de un país a través de sus imágenes y audios. El archivo fílmico como instrumento para desvelar la verdad histórica tergiversada y manipulada por los colonizadores. Panh es el fundador de Bophana Audiovisual Resource Center, un lugar de compilación y restauración de la herencia audiovisual del país, donde se ofrece también a los jóvenes camboyanos la posibilidad de formarse de cara a replantear críticamente su pasado y mostrar su presente por medio del cine.

De la misma forma que la revolución de la Kampuchea Democrática sólo existe en las películas de propaganda o en los eslóganes gloriosos del régimen, la búsqueda de conocimiento nace para Rithy Panh por medio de la deconstrucción de esas memorias colectivas, intercambiando las imágenes y palabras falseadas, por las ideas e imágenes éticas, perdidas y halladas a través del cine, de la autobiografía literaria, sacando a la luz con ellas esa otra memoria compartida, infame, oculta, acallada, que logra rehacer el dolor y, en parte, activar la cura o la posibilidad de restituir la historia de todo un pueblo en su búsqueda del duelo, la autoafirmación y la justicia. Su última película, Exile (2016), es un poema visual donde se rememoran y escenifican las experiencias del hambre, supervivencia extrema y muerte de un joven camboyano durante los años de la dictadura de Pol Pot. Evocación, sueño y delirio en la búsqueda de una verdad perdida tras un pasado imborrable. Un cine, el de Rithy Panh, donde el lirismo y el horror conviven como testimonio de lo que el hombre es capaz de hacer y legar al hombre.

 

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